domingo, 17 de mayo de 2009

Desde mi habitación aprecio el movimiento sordo de las ramas en los árboles. Detrás de ellos, algunas montañas se alzan despacito para encuadrarse en el marco acristalado de mi ventana. De vez en cuando me sorprendo a mí misma perdida en esta imagen, y me siento como una niña a la que han pillado robando caramelos en el mostrador de un hotel de cuatro estrellas.

Este recuerdo me arrastra irremediablemente a otro. Los caramelos del mostrador del Parador donde me llevó mi Amo ayer, eran de tres colores: blanco, rojo y azul. Me pareció curioso este despligue de colores en un cuenco de cristal, sobre todo el blanco. Dd cogio uno y se lo comió mientras hacíamos el check-in. Pero no me dió tiempo a comprobar si era el blanco. ¿Cual sería su sabor?

El olor de las sábanas me devolvió por un instante a una realidad a medias comprendida cuando Dd me empujó sobre la cama. Me quedé quieta. Deseaba, sólo por esta vez, obedecerle. Este olor tan... ¡a límpio!

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