martes, 23 de junio de 2009

Ayer tenía prohibido mirarme al espejo. Claro que es difícil reprimir el deseo de buscar las marcas del castigo sobre la piel desnuda. Echaba de menos la sensación constante de tibio malestar al sentarse, al caminar, al tocarme....esa forma tan tenue de recordar el momento del castigo y de mantener la sumisión de modo constante.
Es increible encontrarse en el trabajo, en la cotidianidad más rutinaria y sentir la picazón en el culo al más leve movimiento o con el roce de la ropa. Y sonreír para los adentros y sentir una felicidad inmensa.
Hacía muchisimo tiempo que no tenía el enorme privilegio de sentirme así. Y hoy, después del castigo de ayer, la tengo.
No fue un castigo insoportable, pero fue duro. Recibí 700 azotes con el cane. Mi Dueño me bajó al garaje por la noche, cuando todos en la casa dormían. Fui obligada a doblarme por la cintura y apoyar la palma de las manos en el suelo, sobre una alfombra puesta allí para nuestro uso particular. Claro que no todos los azotes fueron muy fuertes, pero despues de los primeros 300 ya empecé a estar saturada.
"Si levantas las palmas del suelo o haces algún movimiento, volveré a empezar", me decía mi Señor. Pero era imposible no moverse. El peso del cane cayendo sobre mi culo, con el vestido levantado y las bragas en los tobillos, era demasiado para poder mantenerse sin desplomarse en el suelo. Tuvo consideración, supongo que porque el castigo era ya muy duro, y no volvió a empezar, a pesar de mis constantes movimientos para esquivar los azotes.
Estuvo jugando con el saco de boxeo que tenemos colgado junto a la alfombra. Lo pensé porque ese saco cuelga de una cadena que está sujeta a una viga del techo. Yo he estado allí colgada en innumerables ocasiones, sobre todo cuando mi Amo desea azotarme con el látigo. Así no puedo moverme y el dispone de suficiente espacio para que el látigo, que mide 3 metros, pueda volar hacia mí sin obstáculos. Mi Amo sabe manejar bien el látigo. Pero no fui atada en esta ocasión.
Cuando terminaron los azotes, me mandó al rincón, con las manos detrás de la cabeza. Así estuve un ratito, no demaisado largo. Después me abrazó y me recordó quien era. Sólo soy un pedacito de carne. Sólo una esclava en sus manos.
"Quiero obediencia"
Subimos a la habitación. No debía estar contento, porque me tumbó boca abajo en la cama y me azotó 50 veces con el cane. Esta vez, fueron algo más fuertes. Como no me comporté correctamente, los últimos 3 azotes fueron fieros, me golpearón hasta casi romperme la piel y pensé que debía estar sangrando, por la terrible quemazón que sentía. Me toqué, ya que no tenía permiso para mirarme las marcas, y pude sentir tres líneas hinchadas recorriendo mis nalgas. Lloré.
Esta mañana, mi Dueño se mostraba muy satisfecho ante las marcas que lucía mi cuerpo. Y, dicho sea de paso, también yo.
No tengo derecho a ser follada. Se me niega el placer del sexo y sólo desea usar mi boca. Así que esta mañana, nada más despertarme, me ha llevado hasta su polla. Me la he metido en la boca y la he lamido con gusto. Pero no puedo tragarla entera, me provoca arcadas. Me gustaría ser mejor esclava, saber hacer las cosas mejor. Deseo seguir en este camino que hemos recomenzado y que no termina jamás: el de mi doma, el tallado de mi propio ser para convertirme en la esclava perfecta para Él. El llegar a ser mi yo más verdadero.

Gracias, Sir. Estoy viviendo un sueño a tu lado, del que no quisiera despertar jamás.

0 comentarios: