miércoles, 17 de junio de 2009

De amor en tiempos de guerra

Mi mañana es extraña. Trabajo y mucho, pero me siento insegura dentro de mí y eso me vuelve vulnerable. No sé muy bien a qué responde esto que siento. Tal vez a que me veo un poco bloqueada por todas las cosas que nos están pasando ultimamente. Pienso en lo que supondrá la muerte en nuestro hogar que, sin ser tranquilo, vívía de un modo razonablemente apacible. Será eso, que cuesta adaptarse al dolor y a la tristeza aunque se hayan vuelto permanentes.
Trato de hacerme a la idea de que yo soy quien debo resistir con una sonrisa en los labios. Porque es la parte que debo hacer yo, mi papel en esta historia tan larga, que llega a su amargo desenlace. Pero me siento marioneta de los días y mi caminar se ha transformado en un vagar con rumbo, pero sin alma.
Y en la niebla de mis ojos, resalta tu imagen contundente. Eres mi luna en esta noche sin estrellas. No hago otra cosa que perseguirte a cada instante, para no perderte de vista. Eres toda mi luz. Siento que moriría sin tus azotes, sin tu mano cada vez más firme y dura sobre mi piel. Quiero más. Lo necesito, es lo que me hace respirar cada bocanada de aire y tener fuerza para seguir con una sonrisa en los labios. ¡Que maravillosa es la vida cuando tú estás en ella de esta forma tan intensa! Me salva de todo mal. Tu abrazo después de los azotes y la humillación de mi carne es la paz absoluta, el bienestar y la seguridad. Me devuelve a mi esencia y a mi vida, tal como yo la comprendo y la vivo.
Sé que casi nadie podrá compartir esto conmigo. Soy una esclava. Nací esclava y así es como desearía morir. Mi cuerpo es el hogar de las marcas de tu poder y el recipiente de tu semen y tu aliento. Mi cuerpo es un juguete para tu placer y un ojeto de tu deseo más escondido. Te soy cuando me eres. Somos uno y sólo unidos en el dolor que me producen tus castigos nos completamos y nos volvemos plenos.
A pesar de todo y de tanto, seguiremos siendo nosotros mismos, seguiré siendo tu puta, tu zorra y perra esclava. Aunque después seque las lagrimas que me produce tu fusta para volver a cubrirme las mejillas con más llanto.
Te amo, mi Señor. Mi corazón se vuelca en tí y se desparrama entre tus manos cálidas. Dame tu severidad y tu fuerza. Me hacen ser mucho mejor persona. Mucho más íntegra y más capaz de soportarlo todo.
Gracias por este tiempo tan maravilloso que me brindas al castigarme, por pensar en castigos para mí, por recordarme que soy arena entre tus manos.

Te amo, mi Señor.

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