lunes, 1 de junio de 2009

Despedida de la vieja casa

Esta tarde hemos ido a nuestra vieja casa. A recoger las últimas cosas que allí quedaron, esparcidas por el garaje. Hay polvo, telarañas y, no sé por qué, me han venido a la mente escenas de esas mazmorras que tanto me gustan y me entretengo en buscar por internet.
Me siento guapa hoy; un vestido estampado que tú elegiste para mí, las sandalias con tacones que -oh maravilla- no me hacen daño en los pies. Las uñas pintadas de rojo, que contrasta con el blanco lechoso de mi piel. Sí, estoy muy guapa hoy y trato de que tú también lo veas así.
Ultimamente te he echado en cara que no "juegas" conmigo. Yo, que tengo alma de juguetito, dejada estar en una estantería en la habitación de un niño. Deseo divertirte, ser para tu juego, provocar en tí fantasías irrefrenables con ansia de realidad.
Pareces leer mi pensamiento. De pronto, atrapas mi brazo con una férrea suavidad y me sitúas en la columna central de nuestro antiguo garaje: "quédate quieta ahí, hasta que yo vuelva"
Silencio en el que se pierden tu pasos subiendo la escalera. Escucho el brotar del agua en el cuarto de baño de arriba. Te lavas las manos...sí, has dicho que ibas a lavarte. Casi no lo recuerdo, perdida mi mente en la orden de permanecer....quieta, espactante. Temerosa. Y de nuevo pasos en la escalera. Ya estás conmigo. En mí. Todo lo demás, ha dejado de existir.
Veo, al mirarte de reojo desde la incómoda posición que me haces adoptar, que has cogido una de las varas que compramos para sujetar el falso seto a la verja del porche. Es verde, larga, densa.
Y golpeas mi culo. El vestido amortigua tus golpes, pero aún así, me duelen. Ya no aguanto como antes, ¿recuerdas? Me dejabas muchas marcas. No me dejas tocarme, ni moverme. ¡Es tan difícil! Golpeas cada vez más fuerte. Sé que no es un castigo, así que intuyo que no vas a hacerme demasiado daño, pero uf...duele bastante. Quiero que pares, pero quiero que sigas. La eterna contradicción.
"El vestido arriba. Las bragas abajo". Me abres las piernas con golpes en la cara interna de los muslos. Y me propinas un par de azotes en el coño, para que recuerde que no debo masturbarme, ni utilizar los consoladores cuando tú no estás y, sobre todo, cuando no me das permiso.
Ahora los azotes son mucho más dolorosos. Sigo sin poder tocarme ni moverme. Cuando dejas la vara junto a mí, apoyada en la columna, veo que se ha doblado. Y me siento orgullosa de tus azotes. Y te amo.
Te quitas el cinturón. No necesito verlo. Sé cuando te lo quitas. Es impresionante verte quitándote el cinturón. Lo percibo por ese sonido tenue del cuero atravesando las travillas del pantalón. Me azotas con él. Y te doy las gracias, apretando los dientes, tras cada latigazo. Me gusta que seas mi Dueño.
Cuando decides que ya no vas a azotarme más, me clavas la polla de golpe. el culo me arde todavía. ¿Tendré marcas? Quiero verme....
Me va a estallar la cabeza. Mi entrepierna palpita como si el corazón se hubiera dejado caer tripas abajo y tratara de hacerse hueco para salir por mi coño. Te corres dentro de mí. Y me subes las bragas. Después, toca ir a hacer la compra, marcada por tu mano y por tu aroma sobre y dentro de mi cuerpo. Soy muy feliz.

0 comentarios: